domingo, 5 de agosto de 2007

ARTE y nueva radicalidad

EL ARTE COMO POTENCIA DE LA NUEVA RADICALIDAD
(documentos de archivo para debate)

Acá presentamos cuatro puntos para pensar la política, a partir de lo que nos convoca, la nueva radicalidad, las imágenes y sentidos que ésta conlleva y los marcos en los que podría –debería- entederse, extenderse y potenciarse: la democracia radical. El perfil que tiene es obvio, desde el arte, pero no sólo porque éstas reflexiones vengan del Nucleo de Arte y Cultura, sino porque pensamos que ahora, en este momento, en lugares -como por ejemplo- el Arte, se están expresando allí formas nuevas de subjetividad y de lo político.

1. Nueva Radicalidad
La transformación de realidades injustas exige de una imaginación radical, esa capacidad humana de hacer existir lo que no existe, que inventa –e intenta- nuevos universos de significaciones y nuevos modos de acción transformadora. La fantasía, aquella fuerza que se impregna en los objetos y en los lugares haciéndolos “diferentes” recreándolos, despetrificando la realidad. Una mirada forjadora de nuevas temporalidades y prácticas vitales alternativas; creando realidades dentro de un mismo mundo. Con esta pequeña certeza sobre el mundo, podemos afirmar que, sí, otro mundo es posible, pero aquí mismo y con los mismos seres humanos, asumiendo las peculiaridades de este tiempo.

El error de los movimientos autonombrados revolucionarios o llamados "radicales", ha sido equiparar radicalidad con extremismo; medir la radicalidad a partir de su relación con la violencia o por el manejo de la lógica de la guerra. Así, el grado de su "radicalidad" es muy pobre, carece de cualidades interpretativas para poder acercarse a la sociedad, es estatalista y no posee imaginación. Para ellos la radicalidad esta en función de la captura del poder hecho cosa, no entienden que el poder es más que nada un conjunto de relaciones sociales que se activan con la sola existencia, por eso es que la radicalidad que planteamos tiene por objetivo primario y básico: dejar en evidencia toda forma de dominación. Radicalizar también es desdogmatizar, diluir toda idea de pureza, ubicar el fondo, genealogizar o seguirle el rastro al poder, deconstruirlo, es desmontar, ir a la raíz de todas las relaciones y de todas las ideas, exponer en discursos los presupuestos, es volver a repensar los impensables y los principios, de modo tal que un campo de saberes (y prácticas) no se agote en la repetición dogmática y auto referencial de sus instituciones, ni en la circularidad ideológica de sus propias certezas. La radicalidad que proponemos lleva hasta sus últimas consecuencias la crítica, valora la diversidad positivamente y encuentra en el diálogo una clave importante para la articulación de lo diverso. Sólo una actitud dialogante puede garantizar una comprensión horizontal del Otro. Para nosotros, esto es el germen de una nueva subjetividad.

Cuando hablamos de Nueva Radicalidad, nos referimos también a las nuevas formas comprensivas que se están produciendo para abordar la nueva y cambiante realidad social, los esfuerzos por entenderla desde su origen, transformarla desde la raíz. Estas nuevas formas surgen como radicalidad de la imaginación y la interpretación de lo múltiple y lo diverso, en diálogo constante. Pueden inventar en la vida misma nuevos modos de producción de la política, nuevas formas de ciudadanía, una nueva sociedad que permita la singularidad, la autonomía y la libertad. El desafío es pensar la política más allá de una sola ideología, descentrarla de las visiones utópicas y unilineales. Asumir esto implica altas cualidades interpretativas para redefinir la realidad y sus experiencias, para darles un sentido radical nuevo. Sacarla de lo políticamente posible, de lo permitido, y ubicarla como voluntad radical de transformación. Esta subjetividad radical se constituye a través de la desestructuración de la dominación, en un proceso en el que, por un lado, se le quita credibilidad y respeto a los fetiches del sistema re-valorizando aquellos elementos que resisten a la homogeneización (saboteando la producción y autoproducción del sistema) y, por el otro, se afirma la constitución de un Sujeto colectivo amplio y plural que, reconoce su historicidad y su tradición.

La nueva radicalidad se expresa de dos maneras, como una nueva interpretación de las realidades emergentes, y a la vez, como participación en las experiencias de resistencia alternativas; un ir y venir que nos permite construir una mirada profunda que deja en evidencia no sólo a la (s) dominación (es), sino que deja entrever un nuevo espacio subjetivo e irreductible, que aparece ante nosotros y nos plantea otra ética y una nueva estética que, perfile en imágenes y sentimientos el anhelo de articulación popular.

2. Deconstrucción y Subjetividad Radical.
Pensar la política hoy en día, es pensar el cómo desarrollamos (y articulamos) una teoría del Sujeto como actor descentrado y destotalizado, un sujeto compuesto entre y por las diversidades. Para comprender la naturaleza de las nuevas luchas y la diversidad de relaciones sociales que se establecen en la globalización, debemos observar la multiplicidad de posiciones de sujeto, sobre todo aquellas en las que no existe una relación a priori, ni predeterminada, ni necesaria y cuya articulación es el resultado de las prácticas contra hegemónicas, no de recetas ideológicas.

Lo que caracteriza a las luchas de los nuevos movimientos sociales (pueblos indígenas, luchas contra la impunidad, reivindicaciones de género, luchas culturales, etc) es precisamente la multiplicidad de posiciones de sujeto que constituyen un único actor, así como la posibilidad de que esa multiplicidad se convierta en espacio de antagonismos y, de tal manera, se politice. De ahí la importancia de la crítica del concepto racionalista de Sujeto homogéneo, unitario y total. Una crítica a ese paradigma ensancha la comprensión de la realidad social, así pues, ninguna identidad llega a establecerse de modo definitivo, pues siempre hay un cierto grado de apertura y ambigüedad en la manera en que se articulan las diferentes posiciones de sujeto. De aquí emergen perspectivas enteramente nuevas para la acción política, que ni el liberalismo, con su noción del individuo que sólo persigue su propio interés, ni el marxismo, con su reducción de todas las posiciones de sujeto a la clase, pueden sancionar, ni tan siquiera imaginar.

Sin embargo, una limitación para esta búsqueda de la nueva subjetividad, es el control de la información y el dominio de las comunicaciones, que a su vez producen una sola interpretación de la realidad, cuyas imágenes son impuestas a todos, desde el sentido común por la televisó, hasta los saberes colonizados de nuestras universidades. Ya sabemos que el desarrollo de las técnicas comunicativas y las tecnologías de la información no han ido acompañadas por el desarrollo de las cualidades democráticas, por el contrario, han asimilado al establishment cultural las ideologías del “cambio revolucionario” y los reformismos de todo cuño como parte de una misma Interpretación Hegemónica. Vemos, sentimos y –dado el caso- criticamos el mundo a través de dicha Interpretación Hegemónica, la salida es encontrar la radicalidad en el desmontaje y desestructuración de la Gran Mirada del Poder, en la crítica de sus saberes. A esta labor la llamamos deconstrucción, que es junto a la articulación de experiencias y prácticas alternativas, la otra cara de la radicalidad.

La deconstrucción es una nueva forma de abordar la realidad socio-política y cultural, una forma que niega y afirma simultáneamente. Su beligerancia y resistencia generan afirmación y reconstitución de otros órdenes, y viceversa. La ortodoxia de la izquierda y el purismo ideológico de los grupos contraculturales anarquistas, no veían esto, planteaban su lucha en términos de negación perpetua –ingenua- de la realidad. Las funciones de destrucción y de reconstrucción estaban separadas por la insurrección, las resistencias no generaban una propuesta -situacional y activa temporalmente anclada en el presente. Esta separación entre lo negativo y lo propositivo, ha dejado de funcionar como momentos diferenciados. Ahora, a la vez que se descompone se recompone, discursos y prácticas, toda lucha de resistencia, es a la vez una lucha creativa por la afirmación de un nuevo orden, aunque no se sujete al programa oficial de ningún partido, porque toda lucha debe generar autoestima, toda propuesta política debe generar confianza, y ese ámbito es muy poco observado, estamos llamados a potenciar y desarrollar estas líneas de la militancia, generando además un pensamiento al respecto de aquellas manifestaciones, que las sistematice y que las interprete.
Destrucción y reconstrucción conviven en estas nuevas formas de entender la política como deconstrucción, es la trama sobre la que se define la nueva subjetividad antagonista, no una tendencia proyectada hacia un porvenir mítico, hacia una hipóstasis futura; por el contrario, el proceso de deconstrucción es también, un proceso de construcción de una nueva subjetividad. Sabotaje y autovalorización son caras de un mismo sujeto, dos caras de una moneda: la constitución de la subjetividad radical.

La exclusión y la distorsión, son las nuevas formas de filtrar la cultura, basada en el dominio económico y de lo económico, arrasando no sólo con el derecho del individuo a “ser”, sino el derecho a ser de muchas comunidades culturales. Ante esto, la subjetividad radical sólo es posible en el despliegue creador de su antagonismo; la subjetividad radical no puede vivir más que mediante la deconstrucción. La propia forma del antagonismo se define a partir de esta compleja y articulada nueva relación entre subjetividad y deconstrucción. Si en efecto la producción es ya del todo comunicación, el sentido del antagonismo no tendrá un lugar o un tiempo de fundación distintos de la propia comunicación. Todo lo que sabemos y somos se produce por el hecho de la comunicación, y si esta humana cualidad esta mediada y “formada” de antemano, entonces, es en la deconstrucción de la comunicación donde se construye la nueva subjetividad radical, donde la multitud halla la potencia. La deconstrucción ataca ahí mismo donde se produce lo humano, en la producción y circulación del poder mediante la comunicación.

3. CRISIS Y RESISTENCIA CREATIVA
La crisis genera resistencias, múltiples negaciones y éstas, son germen de nuevas subjetividades. En la actual situación de crisis que nuestro país atraviesa, se encuentran en conflicto dos tipos de beligerancia: una beligerancia devenida violencia -basada en el capital- y amparada en la represión del estado neoliberal, y la otra, compuesta por las resistencias que defienden los recursos vitales y luchan por la autonomía y el respeto de los derechos humanos entendidos en grado sumo. Las interpretaciones formalistas sobre este conflicto solo leen crisis del sistema y del orden político-económico, y las miradas romántico-economicistas ven “situaciones pre-revolucionarias”. Más allá de las disciplinas del pensamiento estatlista o del tecnocratizado, signos como el arequipazo, el movimiento indígena expresado en los cocaleros, las resistencias antimpunidad y anticorrupción, etc, se manifiestan como nuevos entes desarticuladores de esta realidad, son intersticios por donde se deja ver un nueva radicalidad política que se defiende, que crea y asume nuevas identidades que transitan y se componen desde el real cotidiano y no desde imperativos ideológicos ni consignas partidistas. Esto es común en las crisis latinoamericanas actuales, el encuentro de ambas beligerancias y su resistencia-creación, se manifiesta tanto en el movimiento zapatista, en el levantamiento de Bolivia o la insurrección popular en Argentina, las resistencias populares generan diversas salidas, que articuladas pueden llegar a constituir contrapoder, por ahora se presentan como elemento deconstructor y hacen ver lo múltiple de la realidad.

Toda resistencia es en el fondo creación, toda creación va de la mano con una nueva subjetividad; reconocemos que emerge una nueva subjetividad, que se expresa en las formas de encarar la política desde lo social y no desde la representación electorera ni partidista. Organizaciones de base, colectivos alternativos y movimientos sociales de todo tipo van perfilando un nuevo tipo de sentir, hacer y percibir la política como una actividad de resistencia contra el sistema neoliberal, creando una nueva forma de desarrollo social y humano; negando y proponiendo a la vez. Esta nueva subjetividad la encontramos recorriendo diversos sectores de la sociedad y encarnada en muchos actores; no todos se conocen, probablemente algunos pertenezcan a diferentes tradiciones, pero tienen mucho en común. Este archipiélago de resistencias-creadoras son claro ejemplo del despliegue de la singularidad, que nos dice que hay en ciernes un nuevo Sujeto: Irreductible en su multiplicidad, destotalizado, descentrado, no único no unitario, no idéntico, no homogéneo, no puro, no estático. Es diverso y plural, con múltiples posiciones, con experiencias y prácticas vitales alternativas en lo cotidiano, resistentes y propositivos, no dependientes, autonomistas y autogestionarios, críticos ya en su sola existencia. Este Sujeto se constituye en la medida en que resiste y crea simultáneamente, cuestiona y propone a la vez. Su protesta y su construcción no son momentos alejados de una misma práctica vital. Esto lo hace desde la Multitud que lo conforma, desde la multiplicidad de experiencias y actores que se mueven y juegan en el ámbito de esta nueva forma de lo político, pero como expresión única y diversa, es también el nuevo tejido simbólico donde reposa la gran posibilidad de articulación de nuevas formas de concebir el mundo, el tiempo, sentimientos y sensaciones que no han podido ser observadas por la recetas ideológicas ni por las ortodoxias.

Para una mirada radical, componen el nuevo sujeto, los colectivos urbanos anticentralistas, los movimientos regionales que luchan por autonomía y autogestion, los trabajadores que luchan por un nuevo tipo de relación laboral, los movimientos ecologistas, los que se organizan para defender los Derechos Humanos, los que luchan contra la impunidad, las articulaciones alrededor del movimiento indígena, los colectivos y las experiencias contraculturales, el movimiento gay, los que defienden la tierra y la rica tradición de sus culturas; todos ellos y ellas, son expresiones de la nueva radicalidad del nuevo Sujeto, que sólo puede ser comprendida a partir de valorar positivamente la diversidad. Para procesar esto se necesita una Imaginación Radical, que proyecte nuevos mundos aquí en nuestro mundo, despetrificando la realidad y ensayando una mirada estética de la vida que rompa con el imperio de la soledad y la tristeza.

4. Arte y Radicalidad
Hay que entender que las dinámicas culturales y espirituales poseen lógicas autónomas, y aunque se presenten junto y entremezcladas a las relaciones económico-políticas, o sean influidas por ellas, son un espacio que marcha paralelo con su propia historia y su especificidad. Los paradigmas que subordinaban el fenómeno cultural –del tipo “estructura-superestructura”- han sido incapaces de plantear este problema y mucho menos entenderlo. Suponían que solucionando “revolucionariamente” el problema económico-político solucionaban también, y automaticamente, el problema cultural, el problema religioso, el sexual, los conflictos nacionales, los problemas morales o los estéticos.

Sin embargo, estos espacios han permanecido irreductibles, e invisibles al dogmático ojo de Medusa de las ortodoxias, por más que los congelaran en sus taxonomías y los redujeran al mero reflejo de la dinámica estructural, seguian existiendo mas allá de la estructura y el economicismo. Esta actitud dura, racionalista y petrificante no dio cuenta jamás de lo que tenia en frente. Es necesario desdogmatizar las miradas sobre el arte, abriendo las teorías al juego de lo inacabado y lo asombroso de la realidad misma. En este núcleo nos juntamos desde el compromiso con aquellos contenidos radicales de la dimensión estética, que no sólo esta referida al arte Porque entendemos que éstos pueden transgredir sus espacios “invisibles” y darle un nuevo sentido también a la política, haciendola una práctica más inclusiva y democrática, para defender el derecho a “ser” de aquellos “invisibles”, para comprender al Otro (sean pueblos o individuos) y hacernos entender, para potenciar la autonomía y la diversidad. Las culturas sólo son posibles, cuando se manifiestan dialogantes en toda su diversidad en lo social, en lo político, y, por supuesto en el arte, es decir, cuando exploran y despliegan su radicalidad. En las manifestaciones culturales se expresan los sentidos y los anhelos de los pueblos, esos contenidos simbólicos también juegan en la política. Si no prestamos atención a esto no podremos ver qué conecciones pueden haber entre esas dinámicas simbólicas y las llamadas estructurales.

Pero ¿con qué recursos contamos para expresar en imágenes y sensibilidades, nociones generales y conceptos precisos este proceso de emergencia de un nuevo protagonismo social? Las descripciones que se intentan caen a menudo en un reduccionismo extremo, producto de una vocación descriptiva que no se interroga por los límites de sus propios recursos representativos. De allí que sea imprescindible el desarrollo de un pensamiento estético capaz de reorganizar representaciones novedosas que escapen a las ya agotadas mallas conceptuales de interpretación política y estética tradicional. El Arte no es revolucionario o radical cuando habla de los pobres, sino cuando inventa formas nuevas de producción de belleza y de verdad. Pero es tambien esta crisis (que produce resistencia-creación) del arte, la que demuestra que desde este ambito viene un nuevo aliento para las demas esferas de la articulacion politica. La potencia transita y se mueve en diferentes lugares de la existencia humana, creemos que el arte en nuestro pais (aquel que se gesta fuera de la mirada del poder) ahora esta en disposicion de elaborar una nueva imagen de la subjetividad, y en ese proceso una radicalización de la propuesta política. Reconocemos al Arte como una potencia de esta nueva radicalidad, como un nudo, una condensación de fuerzas liberadoras que han escogido los espacios subjetivos para expresarse.

Las prácticas artísticas pueden contribuir a la hegemonía de los valores democráticos, desde una actitud antiesencialista reconocemos las identidades y las culturas como construcciones dinámicas y no como esencialidades -no hay identidad pura, ni cultura estática- ya que se constituyen siempre mediante procesos de selección e identificación. Estos procesos -en tanto que son el resultado de prácticas hegemónicas- siempre implican un elemento de exclusión. Una perspectiva hegemónica antiesencialista afirma que la objetividad social se constituye a través de actos de poder, y que posee por lo tanto una dimensión política. Asumir esta evidencia implica una radicalización de la identidad, no como un ente puro, sino como un constructo ideológico y dinámico. El mayor equívoco del marco esencialista tradicional (sea liberal-individual o conservador-comunitarista) en este dominio, es en efecto, concebir a los individuos como dotados de antemano de una identidad completamente definida antes de introducirse en los distintos tipos de prácticas culturales, políticas y otras. Por lo tanto no se puede reconocer que es a través de la inserción en las diferentes prácticas socio culturales, que se constituyen las formas de la identidad cultural y las individualidades particulares.

Por eso, el diálogo de la gran diversidad debe darse también hacia adentro de un pueblo, con su mismidad, así como hacia el interior de nosotros mismos, ya que un individuo también es una multitud diversa de posibilidades. Esto tiene importantes consecuencias en el campo de la cultura y para las prácticas artísticas; en la medida que todos somos creadores, el Arte se constituye como gran despliegue de aquella multitud que nos compone, es expresión de aquel diálogo de lo diverso

El arte es un “ámbito de realidad” dialogante y un punto de confluencia de diversas realidades. Esta multiplicidad no puede ser reducida a interpretaciones individualistas/abstractas o masificantes/estructuralistas. El arte es una realidad que acontece con la interacción de las potencias humanas en despliegue. El arte –la creacion- es el hogar del ser libre, un espacio en donde el hombre se ecuentra consigo mismo, la devolución de su humanidad. Es un ámbito que concentra sentido, un sentido sin el cual la existencia de este cuerpo bipedo racional no sería “humano”.

4. Democracia Radical y Diversidad
Ahora que sabemos que cada individuo, cada pueblo y cada cultura, poseen especificidades propias y diferentes formas de ver el mundo, es imposible plantear un solo modelo de vida buena para todos. Es el fin de la idea sustantiva de una sola vida buena para todos, asumir esta disolución de los indicadores de certidumbre, nos plantea el reto de una profunda transformación del ordenamiento simbólico de las relaciones sociales, para entablar así, un gran diálogo de la diversidad. De lo que se trata es de establecer un mundo que sea conclusión de la participación popular, que potencie la emergencia de la libertad individual y la afirmación de la libertad equitativa para todas y todos. Un mundo que no cierre el diálogo de su diversidad, sino que lo reconozca y lo potencie.

Por eso, entendemos el proyecto socialista y libertario en términos de una radicalización de la Democracia, es decir, la profundización de las relaciones horizontales y de respeto allí donde se compone lo humano y lo social: en la vida misma y en el orden en que ésta discurre. Entendemos la Democracia Radical como una herramienta de construcción política-social igulitaria e inclusiva, como un conjunto de valores y procedimientos basados en el reconocimiento positivo de lo múltiple y diverso; y también como régimen pluralista de autogobierno popular.
Planteamos esta alternativa frente a los modelos cerrados, dogmáticos y totalitarios que han dominado gran parte de nuestra izquierda, pero sobre todo, frente a la democracia liberal, mera formalidad al servicio del capital y de la concentración del poder en unos pocos. Esta forma de dominación política reduce la libertad al consumo, y equipara la autonomía a un ritual electoral cada cinco años. La envejecida democracia liberal se ha convetido en la justificación ideológica del capitalismo, y es incapaz de generar para el pueblo participación plena, autogobierno y autogestión. Criticamos a la democracia liberal por estar basada en la telepolítica y no en el autogobierno, criticamos a sus representantes -la llamada clase política- por usufructuar esta intermediación entre el pueblo y el poder para llenar sus bolsillos. Proponemos la Democracia Radical como una forma de terminar con estos vicios.

La tarea de la Democracia Radical es la profundización democrática de toda relación social y la vinculación de diversas luchas democráticas, una tarea de esa índole requiere que se creen nuevas miradas de lo político que permitan una articulación común de, por ejemplo, el antirracismo, el antisexismo, el anticapitalismo, etc. Puesto que estas luchas no convergen espontáneamente, para establecer equivalencias democráticas se requiere un nuevo sentido común que permita transformar la identidad de los diferentes grupos de manera que sus reivindicaciones puedan articularse entre sí de acuerdo con el principio de la equivalencia democrática: Toda lucha es importante y necesaria, toda resistencia genera autoestima. Pues no se trata de establecer una mera alianza entre determinados intereses bajo la lógica del cálculo costo-benficio, sino de modificar la propia identidad, la propia mirada de esas fuerzas mediante, el diálogo permanente de la diversidad. Para que, por ejemplo, la defensa de los intereses de las personas trabajadoras no se realice a costa de los derechos de las mujeres, o que los derechos culturales de un pueblo, no signifiquen el aniquilamiento de otro, o que el trabajo de las personas inmigrantes, no lleve al desempleo a los trabajadores. Es necesario establecer una equivalencia entre las distintas luchas, ninguna lucha es superior a otra. Sólo en esas circunstancias se vuelven verdaderamente democráticas y radicales las luchas contra el poder.

Si una izquierda puede ser viable, es aquella que profundice las relaciones democráticas allí donde no ha llegado la democracia liberal y abandonando ciertas ideas puristas y racionalistas que han dominado el pensamiento socialista y libertario; una perspectiva antiesencialista nos permite un modo diferente de pensar la democracia y del papel de las prácticas artísticas en las luchas democráticas. Sólo a través de una crítica del racionalismo, el purismo y del esencialismo es posible dar cuenta, de una manera adecuada, de la multiplicidad y diversidad de las luchas políticas contemporáneas. Por eso, vemos imprescindible la articulación de las luchas contra las diferentes formas de dominación, sean de clase, de cultura, de sexo, de raza, así como de aquellas otras a las que se oponen los movimientos ecológicos, antiglobales, antimpunidad, antidictatoriales, etc.

Ante lo caduco de este sistema que se desmorona, es necesario preparar una alternativa politica, social y cultural basada en la Democracia Radical, universalizar las luchas y las perspectivas libertarias, no implica la homogeneizacion cultural, sino todo lo contrario, dicha universalizacion solo sera posible si es que existe diversidad y se le respeta. Pero una diversidad en diálogo, no de espaldas una con la otra. Esta apuesta por la emergente radicalidad de nuestra época, es para que las prácticas democráticas se multipliquen e institucionalicen, dando lugar a relaciones sociales aún más diversas, de manera que mediante una matriz democrática-radical puedan conformarse múltiples posiciones de sujeto y muchas alternativas vitales.

La finalidad de radicalizar la democracia no es ni negociar un acuerdo entre intereses ni crear un consenso racional basado en la tolerancia, sino crear las condiciones de posibilidad para la expresión de una confrontación comprensiva y agónica entre puntos de vista en conflicto a través del dialogo. Este modelo agonístico puede resultar por lo tanto más receptivo a la multiplicidad de voces y de culturas que una democracia liberal. Mediante el reconocimiento de la naturaleza real de sus fronteras y de las formas de exclusión que éstas representan,en lugar de pretender presentarlas como una necesidad para el «libre ejercicio de la razón pública», este pluralismo agonístico evita toda tentativa de clausura del espacio democrático mediante apelaciones a la racionalidad o a la moral. En lugar de intentar eliminar las pasiones o de relegarlas a la esfera privada con el fin de alcanzar un consenso supuestamente racional en la esfera pública, afirma que las políticas democráticas deberían tener como finalidad movilizar estas pasiones hacia designios democráticos.

De lo que se trata es de establecer una nueva hegemonía, una hegemonía democrática radical. Se han de crear formas de unidad pero debería ser una unidad que diese cabida a la diversidad. En este esfuerzo, las prácticas artísticas tienen un papel muy importante que jugar porque el arte se dirige a la dimensión estética de la existencia humana, que tiene que ver con las pasiones, con la ilusión. Más aún, es un modo poderoso de politizar asuntos privados convirtiéndolos en públicos. Desde tal perspectiva, todas las prácticas artísticas tienen una dimensión política porque contribuyen bien a reproducir un «sentido común» establecido, o bien a subvertirlo. En otras palabras, en tanto que las prácticas artísticas y culturales son un terreno importante donde se construye una cierta definición de la realidad y donde se establecen formas específicas de subjetividad no hay posibilidad de que un artista sea apolítico o de que su arte no tenga alguna forma de eficacia política.

No hay un sólo modo en el que las prácticas artísticas puedan contribuir a cuestionar una hegemonía dada. Hay maneras múltiples y muy diversas por las cuales las identidades se constituyen mediante identificaciones. Si de lo que se trata en la dimensión política del arte es de la cuestión de la identificación, de la transformación de la subjetividad, está claro que ésta puede tener lugar en una variedad de formas. Las pasiones, las emociones, los deseos pueden ser movilizados de muchas maneras. A veces mediante el anhelo de algo que aún está por venir, otras veces mediante la crítica del presente haciendo tomar consciencia de la injusticia que implica y el rechazo de un status quo opresivo; en todo caso, es muy peligroso intentar imponer un único modelo de lo que constituye una práctica artística progresista comprometida.

En lo que concierne a las prácticas artísticas, un proyecto radical democrático significa diversificar el modo en que el arte se concibe y legitimar una multiplicidad de formas artísticas. Una democracia radical y pluralista debería reconocer la heterogeneidad de las prácticas artísticas y celebrar esa diversidad en lugar de pretender reemplazar un canon unificado por otro. Hay espacio en las luchas artísticas multiculturales para perspectivas muy diferentes dentro del marco de un verdadera «diversificación agonística». Esto concede valor a la diversidad y al disenso que proviene del diálogo, reconociendo en ellos la verdadera condición de posibilidad de una vida radical,democrática y vigorosa.

Hemos intentado establecer desde nuestro quehacer, algunos temas y puntos principales para iniciar el debate sobre la lógica de construcción política que hay por compatir, y sobre las imágenes de la sociedad en la cual queremos vivir. Esperamos que esto provoque un debate productivo en el movimiento.

Jorge Millones (Grupo de arte y cultura del Mov. Raiz)

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